Fuente: http://noticiaaldia.com/2017/03/no-se-cambien-nunca-nada-por-dios-victima-de-los-biopolimeros-relata-su-historia/
Mary, de 37 años, aguarda su proceso de recuperación en el Centro Médico Docente María Auxiliadora de Maracaibo.
No tiene ganas de fotos, pero sí muchas de hablar, de desahogarse, de exorcizar en palabras ese infierno que lleva adentro.
Está acostada, boca abajo. No puede ser de otra manera, acaba de ser sometida a una cirugía abierta para extraerle un bulto de silicón que se le hizo al final de la columna, un bulto que no es más que una pequeña porción de la gran cantidad de biopolímeros que se inyectó en las pompis, que la hace lucir un cuerpo envidiable y que a la vez le robó la paz. Sabe que nunca podrá extraérselos todos, sabe que compró a un bajo precio un problema muy caro y para toda la vida, está consciente de que fue una víctima y aquí está para compartir su testimonio.
Esta historia comenzó hace seis años atrás, en Maracay. Aún no había salido la prohibición del Ministerio de Salud sobre el daño que la inyección de biopolímeros para aumentar o estirar algunas partes del cuerpo ocasionaba a quienes se la aplicaran.
“No estaba conforme con mis pompis. Era muy flaca. Vi a una amiga que se había operado. Le habían quedado perfectas”.
“No estaba conforme con mis pompis. Era muy flaca. Vi a una amiga que se había operado. Le habían quedado perfectas y le pregunté. Me dijo a dónde podía ir y lo hice. Era súper barato. Como Bs. 3.000”, cuenta la joven de tez blanca y cabello negro.
Mary llegó a la casa donde se hacían “los milagros”.
No sospechó que fuera algo ilícito y perjudicial, ni siquiera no profesional, pues la señora que la atendió, la “experta en estética” lucía como una especialista y contaba con muchas herramientas sanitarias.
“Me dijo que trabajaba en una estética. Era una mujer muy fina. Un poco mayor, pero elegante. Se notaba que también estaba operada. Era colombiana, recuerdo.
Tenía camillas y muchas cosas. Me sentí segura. Me quité la ropa. Me acosté boca abajo y ella comenzó a inyectarme. Fueron unas horas, poco tiempo en realidad, pero ya al salir sentí el cambio. A pesar de las gasas, se veían mis pompis abultadas… perfectas. Un día de reposo y después pude lucir la ropa con un autoestima que nunca antes había tenido”, recuerda.
La felicidad, el ego, la seguridad y el orgullo de sentirse codiciada y saberse muchas miradas posadas en ella le duró seis años. Su paraíso estético se derrumbó en octubre del año pasado, cuando comenzó a sentir un dolor inexplicable en su pierna izquierda.
“Fui al médico. Me hice una resonancia y allí salió: biopolímeros.
Nunca había oído esa palabra”, confiesa.
Los biopolímeros son sustancias prohibidas por las autoridades sanitarias. Entran por contrabando y hacen estrados en la salud de quienes se las inyectan.
A pesar de las campañas informativas y de las miles y miles de historias que llenan a diario los periódicos de muerte y deformidad, Mary jamás había oído la tragedia de esas sustancias que se convierten en enfermedad, anomalía, dolor, depresión y hasta muerte. Nunca oyó hablar de los biopolímeros, de ese silicón que se ofrece con fines estéticos pero que luego termina siendo rechazado por el cuerpo y causando estragos irremediables en la mayoría de los casos.
Buscó ayuda de varios médicos.
No quiso investigar en internet para no aumentar su angustia. Su cuerpo contenía una bomba de tiempo y sentía que en cualquier momento iba a explotar. No es fácil tener un problema así y hablarlo. De hecho su infierno fue un secreto entre ella y el espejo por algún tiempo. Ahora, solo personas muy cercanas de su familia y su pareja lo saben. Ni algunos médicos saben tratar a alguien cuando asumen que la vanidad no tiene perdón, que más que una víctima eres tu propia verduga, y que cualquier cosa que vengas después no es más que un merecido castigo: “¿Y quién te manda?”, le dijo un galeno.
“Me quise suicidar.
No lo niego. No lo hice porque tengo un chamo, pero sí sé que muchas lo han hecho. Uno cae en desesperación y cuando vas a buscar a un especialista que en verdad te brinda una ayuda te das cuenta de que no estás sola, de que hay casos peores. A mí me salió un bulto en la columna. La sustancia migró.
Pensé que quedaría inválida, como puede ocurrir. Vi tanta gente en las salas de espera, deformes, con la cara amorfa, con bultos, con el cuerpo desfigurado y sus cuentos, casi todos parecidos al mío, pero con diferentes períodos en los que el biopolímero hizo sus estragos. Entendí que no importa si fue hace dos días, un año, una década o dos, ese aceite siempre va a pasar factura. Una factura mental y otra física. Te sientes estúpida, tu autoestima baja al subsuelo, quisieras lo imposible: Devolver el tiempo”,
describe Mary.
Ni algunos médicos te saben tratar cuando asumen que la vanidad no tiene perdón y que cualquier cosa que venga no es más que un merecido castigo: “¿Y quién te manda?”, le dijo un galeno.
La familia buscó en internet especialistas que pudieran ayudarla. Ella estaba devastada. Encontraron la Fundación No a los Biopolímeros, que preside el cirujano plástico zuliano César Oliveros. Lo contactaron. El médico es pionero en una técnica que ha demostrado retirar más cantidad de biopolímeros que cualquier otro procedimiento. La fundación viene a ser un grupo de ayuda, una esperanza. De hecho, la operación fue gratuita.
“Me duele mucho y sé que apenas es la primera de otras que debo hacerme. No quiero pensar en ellas. Ésta es solo para eliminar el bulto y el peligro en la columna y el sistema nervioso”, dice. Pero al final, lo más duro es que, intervención tras intervención, deberá quitar la mayor cantidad posible de biopolímero de su cuerpo.
Quizá un 70%, lo que más pueda. Sus pompis quedarán como antes, aunque no: ahora tendrán cicatrices… “Lo único que les puedo decir, lo que les pido, es que se acepten como son. No se cambien nada por Dios”, expresa casi como un clamor